martes, 16 de junio de 2015

Siete mitos verdaderos y falsos sobre la alimentación

Existe nuevas tendencias que rompen con mitos tradicionales de la nutrición. Por ejemplo, Jesús Domínguez, naturópata y asesor nutricional de Mi Ayuno, ha elaborado una lista con las verdades y falsedades que se siguen muchas veces en la alimentación y que pueden conducir a una alimentación no tan sana como pensamos. Domínguez es el promotor del programa Mi Ayuno, que ofrece seis días de ayuno y senderismo en un entorno ideal para la desconexión. Este programa tiene como objetivo depurar el organismo, encontrar elbienestar general, rehidratar la piel, reducir el estrés, cargar las pilas, ayuda a dejar de fumar... Además, se combina con otras actividades y servicios que aportan una alimentación sana y un descanso óptimo, lo que favorece la depuración del organismo, por dentro y por fuera.
1. Hay que comer 5 veces al día: Falso. ¿Desde cuándo y dónde en el mundo el hombre puede comer cinco veces al día? La respuesta desmonta el mito de comer cinco veces al día.
Hay que tener en cuenta que esta afirmación refuerza la tendencia moderna (en el primer mundo) de basar la ingesta calórica en alimentos con una alto contenido en hidratos de carbono refinados (cereales) y lácteos, alimentos que no provocan sensación de saciedad pero hacen subir muy rápido los niveles de glucosa en sangre. Estudios recientes afirman que comer de dos a tres veces al día o incluso una vez al día actúa de modo muy beneficioso sobre el bienestar digestivo y la calidad de vida de la persona.
2. La grasa engorda. Falso. Los alimentos ricos en grasa como el pescado, el aceite de oliva o la carne de calidad son fundamentales para el bienestar de la persona ya que, por un lado, aportan grasas de calidad fundamentales para favorecer el funcionamiento hormonal de la persona (hormonas esteroideas) y, por otro lado, para reparar y mantener estructuras como las membranas celulares, especialmente en el cerebro, en los ojos y en los nervios que son tejidos eminentemente grasos.
Además, las grasas como los hidratos de carbono son la fuente principal de calorías en la dieta pero, a diferencia de los primeros, las grasas producen sensación de saciedad y, por lo tanto, actúan como reguladores del equilibrio hambre-saciedad.
3. Hay que comer antes de hacer deporte. Falso. Estudios científicos demuestran que moverse con niveles bajos de glucosa en sangre es más fácil (neurológicamente hablando) que con niveles altos de glucosa en sangre (después de comer). Además, hacer deporte en ayunas o ayuno estratégico (3,5 horas o más después de la última ingesta de alimento sólido) favorece la activación de los mecanismos que favorecen la transformación de grasa en energía y, por lo tanto, regulan el peso, pero sobre todo garantizan una mejor calidad muscular. Esta consideración merece algunas precisiones si hablamos de deporte de larga duración o a nivel profesional.
4. Es bueno cenar fruta. Falso. Hay dos argumentos que desmontan que una cena óptima o ligera a base de fruta sea una buena opción. El primero es que el proceso digestivo de la fruta es una fermentación que, dado el alto contenido en azúcares de la fruta produce ciertas cantidades de alcohol que durante la noche condicionan una disminución de la capacidad de desintoxicación del hígado. El segundo argumento es más energético: según la medicina tradicional china, el cuerpo por la noche debe tener calor dentro y la fruta enfría (por su naturaleza) el estómago, provocando en muchos casos sensación de hinchazón abdominal (justo después de comer). Esta situación es especialmente frecuente en personas con una baja capacidad de producir ácido clorhídrico en el estómago o aquellos que toman regularmente antiácidos.
5. La fruta se come después de las comidas. Falso. Comer fruta después de las comidas hace que el estómago se vacíe antes de completar su parte del proceso digestivo de la proteína y de las grasas, con lo que éstas pasan menos digeridas al intestino delgado aumentando el trabajo a realizar por los enzimas pancreáticos y las sales biliares, y en la mayoría de casos condicionando procesos digestivos parciales que favorecen la presencia de procesos de fermentación y/o putrefacción intestinales.
Esto se debe a que el estómago permanece cerrado el tiempo que necesita estar en el estómago el último alimento ingerido. El ejemplo que ilustra este hecho es el que se da en grandes comilonas comunitarias, como por ejemplo, bodas y bautizos, en las que se incluye un sorbete a media comida para favorecer que el estómago se vacíe y que así se pueda seguir comiendo. Lo que es desde el punto de vista digestivo una atrocidad, condicionando un proceso digestivo muy pesado que todos hemos experimentado en un momento u otro de nuestra vida.
6. El azúcar da energía. Verdadero. El asesor nutricional comenta que esta afirmación es cierta pero con matices: es cierto que el azúcar o los azúcares dan energía ya que se absorben muy rápidamente y aumentan los niveles de glucosa circulante fácilmente, transformable en energía a nivel celular. Lo que sucede es que esta energía se consume muy rápidamente y en ese momento volvemos a tener sensación de hambre.
Por otro lado, el exceso de glucosa en sangre es tóxico y la glucosa que no se transforma en energía en el momento es llevada por la insulina al hígado para ser transformada en grasa que se acumula primero en el hígado y luego en los adipocitos. Si este fenómeno se mantiene en el tiempo, condiciona evidentemente obesidad pero también fatiga en el páncreas y posteriormente diabetes porque cada vez es necesaria más insulina para conseguir el mismo efecto. Este fenómeno se conoce como resistencia a la insulina y está en el origen de la mayoría de enfermedades modernas.
7. La leche es buena. Falso. No hay ningún estudio científico formal que demuestre los beneficios de la leche más allá de la época de la lactancia en los mamíferos. Jesús Domínguez comenta que «no es el momento de hablar de los perjuicios de la leche pero sí que habría que hacer una reflexión acerca del aumento progresivo de consumo de lácteos en la población del primer mundo y, sin prohibirlos, sí evitar su consumo excesivo, especialmente en ciertas fases de la vida».
 
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